En los primeros tiempos de la República la base alimenticia eran los platos con base de harina de trigo, mijo, cebada o guisantes.
El pulmetum era una papilla elaborada con harina y agua. También se consumía leche, miel, frutas frescas y secas, carne de cordero hervida, asada o frita, pescado, verduras, hortalizas, y para regar la comida sólida, el aceite y, por supuesto, el vino.
El aceite, la miel y el vino eran tratados con gran cuidado y sofisticación, no sólo para su uso alimenticio, sino como productos curativos o mitigadores de ciertas enfermedades. Con el aceite también se elaboraban cremas y ungüentos.
Durante el siglo II a.n.e., el Imperio Romano entra en contacto con la cultura griega, de cuyo refinamiento adquiere una serie de recursos que van transformando los métodos de preparación culinaria, a la vez que se complican y se alargan en su tiempo de ejecución. Los platos ya no eran elaborados por esclavos, sino por especialistas cualificados y bien remunerados.
Los alimentos se conservaban en salazón, ahumados, en miel y aceite. Recordemos la ciudad romano-española de Baelo Claudia, en la actual Ensenada de Bolonia, provincia de Cádiz, donde se producía de manera industrial la salazón y su derivado, el garum, que se comerciaba con gran popularidad en todo el Imperio.
Dos de los más grandes conocedores de la cocina romana son Marco Gavio Apicio (Caius Apicius) y Petronio.
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Gastronomía romana |
Fruta de sartén | Merluza con sasa de pasas |
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Emperador al estilo Toroni |
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